martes, 17 de abril de 2012

Alberto Olmos: "Hay escritores, supuestos escritores y correveidiles literarios que me despiertan un ansia por la agresión"

© Asís G. Ayerbe
Ambicioso y polémico, Alberto Olmos (Segovia, 1975) ha publicado siete libros en los últimos diez años. Entre ellos, A bordo del naufragio (1998), Trenes hacia Tokio (2006), El talento de los demás (2007), Tatami (2008) y El Estatus (2009). Si no fuera por sus blogs (Hikikomori y Lector mal-herido), que utiliza para desfogarse, tendríamos una de sus obras sobre la mesa de novedades cada pocos meses. Después de que la revista Granta le incluyera en la lista de los veintidós mejores narradores jóvenes del ámbito hispánico, publicó Ejército enemigo (Mondadori, 2011), en la que asoma, como siempre en Olmos, un individuo enfrentado a la sociedad y a la ideología dominante, desde cuyas tinieblas exteriores escribe, como dice Rafael Reig, “opiniones que se notan, que traspasan, que impiden leer solo literatura”.

Ejército enemigo me gustó, pero aún no sé si tengo buen gusto o tengo que hacérmelo mirar…
Evidentemente no soy la persona adecuada para determinar ese extremo. No creo que haya un solo buen novelista de la historia que no cuente con al menos un lector inteligente que lo deteste. Ejército enemigo presenta un narrador antipático y no le hace ascos a las bajas pasiones ni a las palabras malsonantes; ambos elementos suelen repeler a cierto lector biempensante.

Internet ha matado la intimidad. ¿Dejamos que descanse en paz o la resucitamos de algún modo?
Creo que sería una buena prueba de su defensa que nos retiráramos de determinadas páginas web, especialmente de Facebook.

¿Cómo han recibido su última novela las ONG? ¿Le ha llegado algún comentario?
Casi todo lo que se dice en el libro contra las ONG o contra la labor humanitaria o contra la solidaridad, lo he oído de boca de personas que trabajan en una ONG.

¿Escribir es combatir o solo vanidad y competición?
Tantas cosas son escribir. Noto que, según va uno cumpliendo años y completando obras, se hace más difícil precisar para qué se escribe. Supongo que los niños también saben mejor que los adultos para qué se vive.

¿Cuál es, a su juicio, el propósito final del arte, de la literatura?
El propósito básico es comunicativo. Entiendo que el arte es una comunicación particular porque el receptor va voluntariamente en busca del mensaje; a su vez, es libre para desatenderlo. Establecida la comunicación, el propósito de un artista es crear un signo nuevo dentro del lenguaje humano, y soñar con que ese signo sea incorporado al sistema de signos común. En este sentido, el arte anhela ensanchar nuestra capacidad para entender el mundo y entendernos entre nosotros. Cuando no consigue esto, el producto artístico resulta efímero y deviene entretenimiento. Y cuando no consigue ni siquiera ser entretenimiento, tocamos el fondo del fracaso.

Cuando alguien escribe una reseña desfavorable sobre su trabajo, ¿cómo se lo toma? ¿Sufre su ego o solo su bolsillo?
He notado que, si recibes muchas reseñas, sólo importan las cuatro o cinco primeras; luego se anulan las unas a las otras, sean positivas o negativas. El bolsillo no sufre en ningún caso. Las motivaciones de los lectores para comprar un libro son misteriosas, y  muchas veces desean comprar una novela después de leer una crítica que se pretendía demoledora. Las críticas negativas que me molestan son las que el crítico ha hecho a sabiendas de que el libro no le iba a gustar. Leer para que no te guste es una desnaturalización del hecho mismo de la lectura. La crítica negativa solvente parte de la decepción, y de una cierta sensación de haber sido engañado. Siempre he tratado de que todas mis entrevistas sobre mis libros, y todas las solapas y contracubiertas de los mismos, indiquen con claridad y exactitud qué va a encontrarse el lector en la novela.

Se ha imaginado a sí mismo alguna vez, en esos momentos previos al sueño, pegando un buen puñetazo a algún crítico? ¿Se lo han dado a usted?
Hay escritores, supuestos escritores y correveidiles literarios que sí le despiertan a uno un ansia nunca antes vista por la agresión. En este contexto, un crítico nunca da la talla.

¿Es usted un provocador profesional, un bocazas…? ¿Qué, exactamente…?
Un inconsciente.

¿A qué críticas confiere más credibilidad, a las de los suplementos literarios o las blogosféricas?
A las negativas. La crítica negativa de un libro es más difícil de hacer, debe aportar argumentos, demostrar una lectura y corre siempre el riesgo de desvelar motivaciones espurias. Si uno ignora la amistad entre un crítico y un escritor, la insinceridad de una reseña positiva es casi imposible de detectar. La crítica negativa, sin embargo, es sincera a pesar de sí misma.

Usted dijo que la literatura española "es más políticamente correcta que el BOE”. ¿Cuál es su última batalla contra lo políticamente correcto? ¿Qué anda escribiendo ahora?
Como tantos escritores, no hablo de lo que estoy escribiendo por no desbaratar mi propio interés en ello. Ni siquiera suelo reconocer que estoy escribiendo. La incorrección política no es un afán personal; creo más bien que tengo interés por los puntos oscuros del carácter. Me aburre e indigna la literatura hecha para enaltecimiento del propio autor. Casi todos los autores de hoy en día parecen escribir para que el lector piense de ellos que son buenas personas. Sobre todo los que, en efecto, son bastante miserables.

¿La literatura es, como Soberano, cosa de hombres?
Nunca he probado el Soberano; de hecho, no sé muy bien lo que es. Hay muy buenos escritores y muy buenas escritoras, y muy malos lectores que solo son buenos para las matemáticas de género.

Hay quien dice que la novela seria, profunda, se está convirtiendo en una curiosidad en el panorama literario actual. ¿Comparte ese diagnóstico?
Comparto, en puridad, ese deseo. La novela seria y profunda, yo la llamaría pomposa y vacía. No creo que salgan buenas novelas de autores que se ponen a ello con intención de hacer algo “profundo”. Ya decía el poeta que lo más profundo es la piel. Tampoco parece muy sensato meterse en profundidades cuando aún no hemos entendido nuestra superficie.

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