miércoles, 9 de octubre de 2013

José Janés a vista de centenario (y II)


Aquí está la segunda entrada a cuenta del primer centenario del nacimiento de José Janés:

Además de su precocidad, otra seña de identidad janesiana fue su sociabilidad. Según el retrato de Josep Mengual en A dos tintas, era un hombre “de trato fácil, cariñoso, afable, emprendedor, optimista y con un talento natural para adaptarse a los más diversos caracteres y para mantenerse fiel y leal a sus amigos”, entre los que figuraron personas de ideologías diametralmente opuestas. Así, este self made man vitalista y polifacético favoreció a falangistas como el escritor Luys Santa Marina, al que ayudó cuando fue condenado a muerte tras el golpe, movilizando a los intelectuales catalanes para evitar que se cumpliera la sentencia, pero también a comunistas, nacionalistas, socialistas… De esta forma obtuvo importantes respaldos durante su carrera. Durante la República -a la que se mantuvo fiel “más como producto de su aburguesada voluntad de atenerse a la legalidad establecida y a su fervoroso catalanismo que como una anuencia con el marxismo y los movimientos revolucionarios, de los que siempre receló”- colaboró con las instituciones de la Generalitat y consiguió que el conceller de Cultura, Carles Pi i Sunyer, mediara para que se le tramitara el documento que le acreditaba como ‹‹imprescindible en la retaguardia››.

En 1939, y tras escapar unas semanas a París ante la inminencia de la victoria franquista, regresó a España porque contaba con el aval de su admirado Eugenio d’Ors, director general de Bellas Artes, y de dos notorios falangistas a que contribuyó a salvar la vida, el ya citado Luys Santa Marina y Félix Ros. Fue detenido y, según algunas fuentes, condenado a muerte por separatista, aunque finalmente, y gracias a sus contactos, salvó la vida.

Josep se hace José
Hiperactivo y ambicioso, Janés reconocía en una entrevista publicada en 1934 ciertos momentos de desfallecimiento,superados siempre gracias a Goethe: ‹‹Amo a los que quieren lo imposible››. De ahí, quizá, que mientras durante la guerra civil los editores tuvieron serias dificultades para encontrar papel de calidad, en cantidades suficientes y a un precio razonable, Janés saliera adelante y cuajara un catálogo en el que destaca el equilibrio entre tradición (Flaubert, Wilde) y modernidad (Katherine Mansfield, Hemingway, O’Neill, Woolf) y una gran calidad formal, marca de la casa de su ideario como editor quien, durante los difíciles años de la contienda, “se lo guisaba todo el sólo”. Es decir, seleccionaba las obras, las contrataba, encargaba o realizaba personalmente la traducción e incluso se ocupaba de la edición de mesa. Como evoca su colaborador Fernando Gutiérrez, ‹‹construía el formato, elegía el tipo de letra, la calidad del papel, los colores de la portada más humilde, el tacto de la encuadernación››.
Tras la guerra, la industria editorial ofrecía un panorama desolador. Apenas había papel, las restricciones eléctricas eran constantes y buena parte de la gente de letras había muerto o se había exiliado. Fue entonces cuando Josep españolizó su nombre para convertirse en José Janés, dejó de publicar en catalán y empezó a hacerlo, “con relativa facilidad y mucho éxito”, en castellano, circunstancia que algunos ambientes de la intelectualidad catalana en el exilio interpretaron como una traición y una forma de colaboracionismo con el régimen, según relata Mengual en esta obra que concede un espacio destacado a las circunstancias políticas, sociales y culturales en las que el editor catalán construyó su catálogo, por lo que no puede ser considerada una biografía al uso.

Las rendijas del régimen

A partir de enero de 1939 Janés dejó de escribir esa poesía de “tono intimista muy elegantemente intelectualizado” que le caracterizaba y reemprendió su labor editorial, tan prolífica en sellos, colecciones y series que no ha faltado quien señalara falta de orientación o incoherencias en las líneas editoriales emprendidas por el editor. Amplió su proyecto y lo adaptó a las nuevas circunstancias políticas, sociales y culturales, aprovechando las rendijas existentes para desarrollar una cultura diferente encontrando autores aceptables para el régimen que conectaban con la sensibilidad e intereses de muchos lectores españoles. Es decir, logró el difícil equilibrio entre calidad literaria y aceptación de un amplio sector de público, salvando además los obstáculos de la censura. Y además consiguió otra de sus aspiraciones: ofrecer excelencia a precios ajustados con colecciones como la de La Rosa de Piedra con libritos encuadernados en tela e ilustrados por grandes pintores, que nada tenían que ver con las novelas en rústica y papel pluma, a cinco pesetas, que se imprimían entonces.
A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor es tan exhaustiva como imprescindible para seguir los pasos del entusiasta Janés hasta finales de la década de 1950, cuando el editor, ya consolidado, barajó la idea de retomar su actividad poética aunque no llegó a hacerlo. Murió el 11 de marzo de 1959 en un accidente de coche cuando se dirigía a Valls para compartir una calçotada. Germán Plaza asumió el fondo del recién fallecido y reconvirtió su empresa en Plaza & Janés. Pero esa es ya otra historia...

A dos tintas. Josep Janés, poeta y editor
Josep Mengual Català
Debate. Madrid, 2013.
22,90 euros.


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