lunes, 18 de noviembre de 2013

Javier Arriero: “Narrarnos y leer al otro es lo que nos hace humanos”




Javier Arriero Retamar (Talavera de la Reina, 1971) es autor de La foliada, Si te nombro al revés, Cinco millones de cerdos, Siniestra y Lo que ocultan los paraguas, la última aventura de Tom Sawyer (y Huckleberry) . Hombre lobo hombre, recién publicada por Suburbano Ediciones, es su sexta novela. Una obra sorprendente en la que el autor reflexiona sobre la violencia, su amparo social y la esencia dual, animal y racional, del hombre.

Usted se ha mostrado en alguna ocasión muy crítico con la industria editorial. A su juicio, “el futuro de la literatura se llama libro electrónico”.  ¿Por eso ha optado por publicar su última novela con un sello digital?
Creo en el poder humanizador de la literatura y creo en el poder deshumanizador del negocio, por eso creo que arte y negocio han de ser asuntos distintos. A la industria editorial le importa el consumo, no el lector, y domina el mercado. El libro electrónico es una revolución: reduce enormemente los costes de edición, lo que permite publicar obras lo suficientemente arriesgadas y singulares como para tener valor literario, y las hace accesibles a cualquier bolsillo en cualquier lugar del mundo. Por eso he decidido publicar Hombre lobo hombre en formato electrónico.

¿Podría hacernos una breve sinopsis de la novela?
Martin Wood, un pusilánime vendedor de santos, se ve involucrado accidentalmente en un atentado terrorista. Tanto el IRA como la policía tratan de capturarlo y Martin busca refugio en su aldea natal. Descubre que la aldea es más extraña de lo que recordaba; las nubes no se mueven, sus habitantes ocultan un secreto sangriento y su antiguo amor, Berlín, es una mujer lobo. Ella despierta en Martin una bestia que le escinde cuya violencia comienza a dominarlo. Comprende que la bestia acabará por poseerlo, y si logra resistirse a su domino, Berlín lo devorará. Es entonces cuando el demonio llama a su puerta para revelarle que su participación en el atentado no es tan involuntaria como se cuenta a sí mismo. Y Martin tendrá que responderse a una pregunta decisiva: en qué consiste ser humano.

¿En qué género la encuadraría? ¿Estamos ante una novela fantástica con tramoya realista y trasfondo filosófico?
Hombre lobo hombre es literatura fantástica. Es una novela de hombres lobo. Literalmente. Y también metafóricamente. La literatura fantástica no habla de hadas, hombres lobo o vampiros, habla del ser humano a través de las hadas, los hombres lobo y los vampiros. La literatura fantástica construye una imagen inesperada de lo esperable.

¿Qué opina de la tendencia a considerarla como una literatura menor?
Creo está injustificada porque toda literatura es imaginación. Mordor es un universo tan imaginario como Yoknapatawpha o Macondo, y Drácula es tan ficticio como Madame Bovary. ¿Cuál es el límite donde la imaginación debe detenerse, quién tiene potestad para trazar ese límite?

Cuando Martin Wood, el protagonista, regresa a su aldea natal, nos encontramos en un escenario fantástico. Un sitio con hombres lobo, damas aparecidas, hadas, donde las nubes no se mueven… Y en la otra cara de la moneda tenemos una historia transita por un espacio más real, el de la fuga de Martin Wood de Belfast para huir de la policía tras verse involucrado en un atentado terrorista del IRA. Difícil fusión… ¿o es fisión?
Hay un aspecto de la cultura celta que me fascina; la idea de que en mitad de la cotidianidad, en un parpadeo, puedes verte súbitamente trasladado a un universo mistérico que es la zona subterránea de éste, donde se anuda y relaciona lo que a este lado parece inexplicado. Esa misma fusión entre espacios superficialmente separados pero íntimamente relacionados está a nuestro alrededor, aunque no siempre somos conscientes de ello. Hay muchos universos mentales en este mismo mundo.

He leído en alguna parte que habla de sí mismo como un ser duplicado que es al mismo tiempo “el animal instintivo que todos llevamos dentro y también el ciudadano civilizado que trata de silenciarlo”. Martin afirma al inicio de la novela: “Soy un hombre lobo. Todos lo somos”. ¿Estamos condenados a llevar “el mal dentro” como dice Fergus, uno de los secundarios?
La relación entre nuestro Hyde y nuestro Jekyll es tremendamente compleja. No estamos condenados al mal, estamos condenados a que nuestro Jekyll y nuestro Hyde forcejeen constantemente. El gemelo feo es más viejo y más astuto, tiene menos palabras pero a menudo tiene la última, y vencerá desde lo subrepticio si no logramos aceptarlo. Y para aceptarlo hay que sacarlo del sótano y mirarlo directamente a los ojos, que es lo que finalmente logra Martin Wood.

El título remite directamente a la locución del comediógrafo latino Tito Macio Plauto, en su obra Asinaria, que viene a decir algo así como: “Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”. ¿Se inspiró en ello o tiene otro origen?
Plauto resume la idea con tanto acierto que todavía sigue expresándose en esta forma, pero creo que pasa por alto un aspecto fundamental: Lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro…  y también cuando se desconoce a sí mismo. Sentimos un rechazo instintivo hacia el otro. No podemos evitarlo, es una característica evolutiva. Es humano. Lo negamos ante los demás, porque es políticamente correcto, pero peor, lo negamos ante nosotros mismos. Y negarlo lo potencia, no lo desactiva. Lo desactiva aceptarlo, y desmontarlo. Desde la razón, pero más importante aún, desde la emoción. Porque el miedo es emoción y sólo responde a la emoción.

Usted ha descrito su novela como un viaje de ida y vuelta hacia el animal instintivo que todos llevamos dentro y que decide por nosotros más a menudo de lo que creemos, como una especie de voluntad en la sombra que tratamos inútilmente de acallar.  Su protagonista, Martin, culmina de alguna forma ese viaje, pero ¿y su antagonista, Berlín, la mujer loba?
Para Berlín no hay retorno. Martin y Berlín distinguen la maldad en su interior, la asumen costosamente, y el reconocimiento de su animal instintivo les permite comprenderse más profundamente. Pero Martin decide seguir siendo un animal social y reconocerse en los otros. Berlín decide ser un animal y dejar de reconocerse en los demás, situándose en un lugar que está más allá de lo moral. Para ella, el animal contiene una liberación. El problema es que esa sensación de libertad es ficticia porque sin capacidad de decisión no hay libertad.

Hablando de Martin, resulta interesante el arco que dibuja su personaje. El hecho de que pase de ser un pacífico vendedor de santos, un inofensivo librero de 42 años bastante  cobarde y un poco lerdo, completamente ajeno a lo que entiende por un hombre de acción, a un supuesto terrorista en fuga en relaciones con toda una mujer lobo…
Martin es arrancado de esa aldea primigenia cuyas reglas domina y trasladado a otro mundo donde se ve sometido a una identidad arbitraria. Está en Belfast, en la década del setenta, en una barriada pobre de católicos simpatizantes del IRA. Inevitablemente él también acaba siendo el lugar que le ha tocado ocupar. Lo único que le salva de emular a los héroes de su entorno y convertirse en un miembro del IRA es su rechazo emocional a la violencia, que identifica ante sí mismo como cobardía porque ese es el nombre que recibe en su entorno ese tipo de rechazo emocional.

Teniendo en cuenta que cada historia requiere de sus propios mecanismos para ser contada, ¿por qué optó por narrarla en primera persona, saltando del punto de vista de Martin Wood a la voz de la inquietante Berlín, con esas frases de aliento corto, el recurso constante al diálogo para vehicular la acción y esa atmósfera de embrujo, primigenia y fragilidad?
Una de las mayores dificultades de esta novela, y por lo que me ha llevado tanto tiempo y tantas reescrituras concluirla, era encontrar el narrador adecuado. Martin articula desde su mirada la narración, mostrándonos su propia cosmogonía, en ocasiones explicándose a sí mismo a través de sus narraciones personales. Y al mismo tiempo sabe que necesita saber desde los demás, y por eso en muchas  ocasiones calla y escucha. Incluso llega a contemplarse a sí mismo desde fuera, comunicando al lector la misma estupefacción que él siente ante su transformación en un ser básico y violento. En cuanto a la atmósfera, era importante representar con ancho, alto y profundidad, de modo envolvente, cada uno de los lugares que Martin ocupa, introduciendo al lector en ellos para que pueda comprender mejor lo que sucede dentro de Martin experimentando lo que le rodea.

¿Por qué eligió el conflicto irlandés como telón de fondo en vez de elegir algo más próximo, como el terrorismo de ETA?
El terrorismo de ETA está quema cuento toca, genera más pasión que reflexión, nos impide ver. El conflicto irlandés, en cambio, ha cesado, es distante y además ha sido recreado por la ficción en suficientes ocasiones como para que forme parte del imaginario colectivo. El lector puede contemplarlo con el suficiente distanciamiento como para distinguir cuáles son sus formas básicas, y en qué medida se repiten una y otra vez en distintos lugares y tiempos. 

Su novela contiene una buena dosis de crítica hacia el orden establecido, del que no hay fuga posible porque viene a ser igual en todas partes. Si nos transformarnos en bestias tampoco es una salida, ¿qué nos queda? ¿La escritura porque, como dice Martin, “escribir es lo que me hace humano”?
Nuestra reacción instintiva ante el otro es siempre de temor, y  el miedo genera violencia. Para poder exterminar al enemigo primero lo deshumanizamos, negamos cualquier relación emocional con lo que él es. Pero a través de la narración nos vemos obligados a reconocernos en él porque nos vemos obligados a compartir sus emociones, y por tanto el otro deja de ser un monstruo y se convierte en otra forma de nosotros mismos. Narrarnos es lo que nos hace humanos, leer al otro es lo que nos hace humanos. Esa es la salida.

Para más información: Suburbano Ediciones.


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